“He sido capaz de escribir porque
Mercedes llevó el mundo sobre sus espaladas”
“El secreto de la felicidad es hacer sólo aquello
con lo que uno disfruta”.
“Gabo”, como se le conoce
cariñosamente, fue el mayor de una familia numerosa de doce hermanos, que
podríamos considerar de clase media: Gabriel Eligio García, su padre, fue uno
de los numerosos inmigrantes que, con la “fiebre del banano”, llegaron a Aracataca en el primer decenio del
siglo XX.. Su madre, Luisa
Santiaga Márquez, pertenecía, en cambio a una de las familias eminentes del
lugar: era hija del coronel Nicolás Márquez y de Tranquilina Iguarán, que no
vieron con buenos ojos los amores de su hija con uno de los “aventureros” de la
“hojarasca” (como se llamaba despectivamente a los inmigrantes), que
desempeñaba el humilde oficio de telegrafista. Por eso, cuando tras vencer
múltiples dificultades, Gabriel Eligio y Luisa Santiaga consiguieron casarse,
se alejaron de la familia y se instalaron en Riohacha. Sin embargo, cuando
tenía que nacer su primer nieto, sus padres convencieron a Luisa Santiaga de
que diera a luz en Aracataca. Poco después Gabriel Eligio y Luisa Santiaga
regresaron a Riohacha, pero el niño se quedó con sus abuelos hasta que, cuando
tenía ocho años, murió el abuelo, al que García Márquez consideró siempre “la
figura más importante de mi vida”.
De esos primeros ocho años
de “infancia
prodigiosa” surge lo esencial del u
niverso narrativo y mítico de García
Márquez, hasta el punto de que, con alguna exageración, ha llegado a decir: “Después
todo me resultó bastante plano: crecer, estudiar, viajar... nada de eso me
llamó la atención. Desde entonces no me ha pasado nada interesante”.
Cursó estudios secundarios en San José a
partir de 1940 y finalizó
Lo que sí es cierto es que los recuerdos de su
familia y de su infancia, el abuelo como prototipo del patriarca familiar, la
abuela como modelo de las “mamas grandes” civilizadoras, la vivacidad del lenguaje campesino,
la natural convivencia con lo mágico... aparecerán, transfigurados por la
ficción, en muchas de sus obras (La hojarasca, Cien años de soledad, El
amor en los tiempos del cólera ...) y el mundo caribeño, desmesurado y fantasmal de Aracataca se
transformará en Macondo, que en realidad era el nombre de una de las muchas
fincas bananeras del lugar y que según unos alude “a un árbol que no sirve pa
un carajo” y según otros “a una milagrosa planta capaz de cicatrizar
heridas”.
Como el propio novelista
explica: “Quise dejar constancia poética del mundo de mi infancia, que
transcurrió en un casa grande, muy triste, con una hermana que comía tierra y
una abuela que adivinaba el porvenir, y numerosos parientes de nombres iguales
que nunca hicieron mucha distinción entre la felicidad y la demencia”.
El paralelismo entre algunas
circunstancias biográficas de García Márquez con algunos elementos de Cien años de soledad resulta evidente. Veamos algunos:
· Su abuelo, como José Arcadio Buendía, fue uno de los
fundadores de Aracataca. En la
novela se nos cuenta que José Arcadio,
abandona su pueblo al verse continuamente hostigado por el fantasma de
Prudencio Aguilar, al que se vio obligado a matar por un problema de honor. Con
veintún compañeros, José Arcadio Buendía cruza la cordillera y funda Macondo.
La fundación de Aracata, tal como Nicolás Marquez se la contaba a su nieto es
muy parecida. También su abuelo había matado de muy joven a un hombre y “cuando
no podía soportar la amenaza que existía contra él en ese pueblo, se fue lejos
con su familia y fundó un pueblo”. A Gabo le solía decir siempre: “Tú no sabes como pesa un muerto”.
· Nicolás Márquez era un sobreviente de las dos
últimas guerras civiles y, como aquél tenía una larga progenie de “hijos de la
guerra”, todos de edades parecidas, que se alojaban en su casa cuando estaban
de paso por el pueblo y que doña Tranquilina recibía como propios. Como es
evidente, Nicolás Márquez es asimismo el modelo del coronel Aureliano Buendía
que“promovió treinta y dos guerras y las perdió todas. Tuvo diecisiete hijos
varones de diecisietes mujeres distintas, que fueron exterminados en una sola
noche. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón
de fusilamiento”.
· Úrsula Iguarán se inspira en la abuela
Tranquilina – que no sólo
presta su apellido a Úrsula, si no que, al igual que el personaje, murió ciega y loca. Tranquilina Iguarán es,
efectivamente, el modelo de muchos de los personajes femeninos de García
Márquez que Vargas Llosa define así: “un caso ejemplar de la mater familias,
matriarca medieval, emperadora del hogar, hacendosa y enérgica, prolífica, de
temible sentido común, insobornable ante la adversidad, que organiza
férreamente la vida familiar a la que sirve de aglutinante y vértice”.
· La inmensa y asombrosa casa de los abuelos la reencotraremos en las solidas y
tristes mansiones de su mundo narrativo: la casa de la Mama Grande, de los
Asís, de los Nasar y, indudablamente, de los Buendía. García Márquez la
recuerda así: “En cada rincón había muertos y memorias, y después de las
seis de la tarde la casa era intransitable. Era un mundo prodigioso de terror
(...) En esa casa había un cuarto desocupado donde había muerto la tía Petra.
Había un cuarto donde había muerto el tío Lázaro. Entonces, de noche no se
podía caminar en esa casa porque había más muertos que vivos”.
En 1936 tras vivir un breve
tiempo con sus padres en Sucre –donde Garbriel Eligio regentaba una farmacia-
lo envían a estudiar bachillerato a diferentes internados: primero en
Barranquilla (ver la
entrañable página de Constanza Díaz Sierra sobre los primeros pasos literarios
de Gabito) y, durante más
tiempo, en Zipaquirá, lugar del que guarda recuerdos sombríos y dolorosos y
donde, paralizado por la nostalgia de Aracataca, nunca llegó a integrarse. De
ese periodo y de ese lugar cuenta García Márquez: “Zipaquirá era una ciudad
fría, con techos de teja desagastada, y el colegio, un gran internado donde
vivíamos doscientos trescientos niños... Los sábados y los domingos había
salida, pero yo no me movía del edificio porque no quería enfrentarme con la
tristeza y el frío del pueblo. Durante esos años pasé encerrado la totalidad de
las horas libres despachando libros de Julio Verne y Emilio Salgari”. Seguramente, esos años de soledad,
reclusión y lectura fueron decisivos para su futura vocación de escritor que,
según Mario Vargas Llosa, es como una “solitaria” que atenaza el espíritu.
Se matriculó en la Facultad de Derecho
de la Universidad Nacional de Cartagena el 25 de febrero de 1947, aunque sin
mostrar excesivo interés por los estudios. Su amistad con el médico y escritor
Manuel Zapata Olivella le permitió acceder al periodismo. Inmediatamente
después del "Bogotazo" (el asesinato del dirigente liberal Jorge
Eliécer Gaitán en Bogotá, las posteriores manifestaciones y la brutal represión
de las mismas), comenzaron sus colaboraciones en el periódico liberal El Universal, que había sido fundado el mes de marzo
de ese mismo año por Domingo López Escauriaza.
En 1947,
García Márquez se instala en Bogotá y empieza a estudiar derecho. Sus
impresiones de Bogotá no son mejores que las de Zipaquirá: con sus “cachacos” que siempre “andaban de negro, parados ahí con paraguas
y sombreros de coco, y bigotes”, la capital le parece “gris y yerta”, “asfixiante”, sinónimo de “aprehensión y tristeza”. Con estros rasgos describirá a Bogotá cuando
raramente aparezca en su mundo
ficción.
Aunque estudia los cinco cursos
de Derecho –algunos en Bogotá y otros en Cartagena, donde se había trasladado
su familia y donde se hace amigo del poeta Álvaro Mutis- no llega a
graduarse, porque, según
confiesa, “me aburría a morir esa carrera”. Lo más importante de ese periodo es el encuentro con
alguna de las personas más decisivas de sus vida –especialmente, Camilo Torres,
el que luego será cura guerrillero cruelmente asesinado y Plinio Apuleyo
Mendoza, desde entonces uno de sus amigos más íntimos. Otro circunstancia
importante es que, en Bogotá, empieza a escribir, para el periódico El Espectador, sus primeras obras: diez cuentos, de los que abjurará después, que constituyen su
“prehistoria” como escritor. También es remarcable que García Márquez participase, como otros muchos estudiantes, en las manifestaciones
surgidas a raíz del “bogotazo”: el asesinato en 1948 de Jorge Eliecer Gaitán,
político progresista aspirante a la presidencia de la república. El asesinato
de Gaitán desencadena una escalofriante y larga oleada de violencia (casi
trescientos mil muertos entre 1948 y 1962) que tendrá su reflejo en la
literatura de García Márquez y de otros escritores, como Fernando Garrido y
Álvaro Mutis, hasta el punto de que la narativa colombiana de estas décadas ha
sido designada como “literatura de la
violencia”.
Pronto, García Márquez abandona
los estudios de Derecho: en un viaje a Barranquilla conoce a un grupo de
periodistas que le fascinan y decide instalarse allí y orientar totalmente su
vida al periodismo, por lo que empieza a trabajar de columnista en “El
Heraldo”, y a la literatura: se instala en un cuartucho ínfimo de un bloque de
cuatro pisos llamado “el Rascacielos” y allí empieza a escribir su primera
novela, La hojarasca.
Gabo se integra en el llamado “Grupo
de Barranquilla”, que se reúne en el “Café Happy” y el “Café Colombia”.
Miembros del “Grupo de Barranquilla” son: Germán Vargas, Álvaro Cepeda y
Alfonso Fuenmayor, periodista de “El Heraldo” de gran formación intelectual, al
que García Márquez le debe el descubrimiento de los autores que más tarde se
convertirán en sus modelos literarios: Kafka, Joyce y, muy especialmente,
Faulkner, Virginia Woolf, y Hemingway. A las tertulias del “Café Colombia”
acude también Ramón Vinyes, un viejo catalán republicano, escritor, ex-librero
y profesor de un colegio de señoritas, al que García Márquez homenajeará en “el
sabio catalán”,junto a sus tres amigos, en las últimas páginas de Cien años de soledad.
En Barranquilla, García Márquez
conocerá a Mercedes Barcha, quien más tarde se convertirá en su compañera
de toda la vida.
En 1954, convencido por Álvaro
Mutis, García Márquez regresa a Bogotá. Allí, de nuevo para ElEspectador, trabaja como reportero y crítico de cine. Ese periodo
de apasionada dedicación al periodismo, dejará posteriormente huella en su
literatura. Como señala Vargas Llosa, de allí proviene en buena medida su
fascinación “por los hechos y personajes inusitados, la visión de la
realidad como una suma de anécdotas” y “las virtudes de concisión y transparencia de
estilo” de sus mejores
libros, en los que narra con la precisión de un cirujano. Esta simbiosis de
literatura y periodismo es clara en algunas sus obras narrativas publicadas, Relato de un náufrago (1955),Crónica de una muerte anunciada (1981), Noticia
de un secuestro (1997).
Desde ese momento, García
Márquez no abandonará nunca su actividad periodística
y posteriormente será colaborador habitual en periódicos de
Colombia, Venezuela, México, España y Estados Unidos.
En 1955, García Márquez va por
primera vez a Europa como corresponsal de El Espectador. El que tenía que ser un breve viaje para alejarlo de
las iras gubernamentales desencadenadas
por la publicación de El relato
de un náufrago, se convierte
en una estancia de más de
cuatro años: Ginebra, Roma
–donde, además de cubrir la información de la enfremedad de Pío XII, se matricula en el “Centro
Sperimentale de Cinematografía”- y finalmente París. Al
poco de llegar a Francia, recibe la noticia de que El Espectador había sido clausurado y un cheque para el pasaje de regreso. Pero García
Márquez, que había decidido seriamente ser escritor, decide quedarse en París.
Afrontando grandes penalidades económicas (“Estuve viviendo durante cuatro
años de milagros cotidianos”) y trabajando, como explica Vargas Llosa, “a
diario, con verdadera furia, desde que oscurecía hasta el amanecer”, escribe La
mala hora (1961) y
paralelamente, a partir de un episodio que se le desprendió de esa obra, una de
sus mejores novelas: El coronel
no tiene quien le escriba (1958).
Con su amigo Plinio Apuleyo
Mendoza hace un viaje a los países del Este (Alemania Oriental, Checoslovaquia,
Polonia, Rusia...) y luego escribe diez reportajes (al más célebre lo tituló
“90 días en la Cortina de Hierro”) que quieren ser fundamentalmente objetivos, pero que
contienen una serie de valoraciones contradictorias de adhesión y crítica, lo
que demuestra la sinceridad e independencia de su opinión.
En 1958, tras una estancia de dos
meses en Londres, decide regresar a América, entre otras cosas porque sentía
que se le “enfriaban los mitos”. Primero se instala en Venezuela, donde su amigo
Plinio Apuleyo Mendoza le había conseguido trabajo de redactor en la revista Momentos.
Al poco de llegar a Caracas, es testigo del bormbardeo aéreo y del asalto al
Palacio presidencial, hechos que concluirán días después con el derrocamiento
del dictador Pérez Jiménez.
Estos hechos, especialmente la
imagen, según cuenta Vargas Llosa, de la huida de “un oficial con una ametralladora
bajo el brazo y con las botas embarradas” y la entrevista que le hizo al que, durante 50 años,
había sido mayodormo de Palacio, sirviendo a varios presidentes y dictadores, serán decisivos en la
gestación de un proyecto literario que empieza a obsesionarle: escribir una
novela de tiranos, que reflexione sobre “el misterio del poder” y la capacidad de fascinación hipnótica de los
tiranos. Otras experiencias recientes se imbrican con las que está viviendo en
Venezuela y le ayudan a entender los mecanismos de la dictadura: el poder
supremo del sumo pontífice en Roma, la fanática pervivencia del culto a Stalin
que, cuatro años después de la muerte del dictador, había palpado en Moscú...
Tardará 17 años en hacer
realidad ese proyecto en la quinta de sus novelas: El otoño del patriarca (1975).
En un viaje relámpago a Barranquilla, se casa con
su novia Mercedes Barcha, con la que pronto tiene dos hijos, Rodrigo (que nació
en Bogotá en 1959) y Gonzalo (que nacería en México tres años más tarde).
Aunque su actividad periodística
en Venezuela es muy intensa, García Márquez no abandona el quehacer literario:
escribiendo sólo los domingos, redacta casi todos los cuentos de Los funerales de la Mama Grande (1961).
En 1960, tras el triunfo de la
Revolución Cubana, vive seis meses en la Habana, trabajando para Prensa Latina, agencia de noticias que dirige el periodista
argentino, amigo del Ché Guevara, Jorge Ricardo Massetti. Prensa
Latina fue creada por el
gobierno cubano para contrarrestar la propaganda contra Cuba. Meses antes,
García Marquez había creado la sede dePrensa Latina en Bogotá. En Prensa Latina participan,
además de su inseparable amigo Plinio Apuleyo Mendoza, otros destacados
intelectuales como el argentino Roberto Walsh y el novelista uruguayo Juan
Carlos Onetti. Uno de los grandes éxitos de Prensa Latina es interceptar y descifrar un informe donde se daban detalles del
desembarco armado americano en Playa Girón. Llegaron a averiguar el lugar
exacto donde la CIA preparaba la operación: una hacienda de Retahulheu
(Guatemala).
En 1961 se instala en Nueva York como corresponsal de Prensa Latina. Se trata de un trabajo apasionante –por fin García Márquez dispone de
un sueldo fijo y puede ejercer el periodismo con plena independencia, lejos de
los monopolios capitalistas de opinión- pero es también un trabajo agotador y de mucho
riesgo: es el momento más álgido de la campaña anticastrista y las continuas
amenazas de la CIA y de los exiliados cubanos le hacen temer por la seguridad de su familia. No
será por esto, sin embargo, por lo que García Márquez renunciará a Prensa Latina:dimitirá en solidaridad a Massetti, a quien, tras el ascenso del sector
más sectario y burocrático, es alejado de la dirección de Prensa Latina.
García Márquez decide establecerse en
México, y probar suerte con la tercera de sus aficiones: el cine. Pero antes de
abandonar Estados Unidos, recorre el sur de su admirado Faulkner. De ese viaje,
que emprende sin apenas dinero, escribirá: “Son veinte días de ruta infernal por carreteras
marginales, ardientes y tristes...Son veinte días de carretera, alimentándonos con leche malteada, con
hamburguesas, conociendo en Atlanta un áspero rostro de los Estados Unidos (no
querían recibirnos en los hoteles porque creían que éramos mexicanos) y
leyendo, en otro pueblo del Sur, un letrero que decía: ”.
Cuando descubre que es muy
difícil abrirse camino en el mundo del cine, se encarga, aunque sin escribir
una sola línea, de la organización de dos revistas de gran tiraje: una revista
de señoras, La Familia y otra de crímenes sensacionalistas, Sucesos. Más tarde, trabaja en el mundo de la Publicidad.
A partir de 1963, García
Márquez consigue por fin
trabajar como guionista. Su primer guión, El gallo de oro, lo escribe
en colaboración con Carlos Fuentes a partir de un cuento de Juan Rulfo. (Dos
años después, García Márquez y Fuentes volverán a trabajar juntos en la
adaptación cinematográfica de Pedro
Páramo, lo que demuestra la
admiración que ambos sienten por la escueta e intensísima obra del silencioso
escritor mexicano).
Otros trabajos de guionista de
García Márquez son: Tiempo de morir de
Arturo Ripstein(aparentemente una esquemática película de “charros”, pero que
contiene ya algunas de las obsesiones de García Márquez: la venganza, la
muerte, el destino trágico, la soledad...), H.O.también
con Ripstein; Patsy, mi amor y una adaptación de su cuento “En este pueblo no hay
ladrones”. Aunque García Márquez dice no estar satisfecho de ninguno de sus trabajos cinematográficos, considera
que su decepcionante experiencia en el mundo del celuloide le fue de gran
utilidad, pues paradójicamente le ayudó a tomar conciencia de las limitaciones del cine (que
hasta este momento consideraba “el
medio de expresión perfecto”) y
a entender por fin “que las posibilidades de la novela son ilimitadas”.
Sin esa convicción, tal vez
García Márquez no hubiera superado nunca ese periodo de sequía literaria (de
1961 a 1965 no escribió ni una sola línea de creación), consecuencia de un
íntimo “sentimiento de fracaso” respecto a la obra que había escrito hasta ese
momento. Así
lo describe el crítico Emir Rodríguez Monegal en 1964: “Entonces García
Márquez era un hombre torturado, un habitante del infierno más exquisito: el de
la esterilidad literaria”.
Gabo escapa de ese “infierno” con la
escritura de la que, seguramente, es la más importante de sus obras: Cien años de soledad (1967), lo cual sólo fue posible cuando, casi como
en en un “milagro”, sabe de repente con qué técnica y con qué
procedimientos ha de escribir la historia de ese Macondo y de ese universo
mítico de su infancia que le obsesionan desde sus inicios como escritor.
La “revelación” tuvo lugar un
día de enero de 1965 mientras conducía su Opel por la carretera de México a
Acapulco. Inesperadamente para el coche y le dice a Mercedes: “¡Encontré el
tono! ¡Voy a narrar la historia con la misma cara de palo con que mi abuela me contaba sus historias
fantásticas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre
a conocer el hielo!.
García Márquez decide encerrarse
a escribir su novela de Macondo y los Buendía. Logra reunir cinco mil dolares
(los ahorros de la familia, las ayudas de sus amigos, especialmente de Álvaro
Mutis) y le dice a Mercedes que mientras tarde en escribir su novela se ocupe
de todo y no lo moleste bajo ningún concepto. Cuando después de 18 meses de
duro trabajo concluye Cien años de soledad, Mercedes
le espera con una deuda doméstica que sobrepasa los 10.000 dolares. Para enviar
el manuscrito de Cien años de
soledad a Buenos Aires,
concretamente a la Editorial
Sudamericana de Francisco
Porrua, deben empeñar los tres últimos objetos de un cierto valor que les
quedan: una batidora, un secador de pelo y la
estufa.
Cien años de soledad aparece en junio de 1967. El éxito es fulminante:
en pocos días se agota la primera edición y en tres años se venden más de medio
millón de ejemplares. Según Vargas Llosa, “el éxito resonante deja a García
Márquez mareado y algo incrédulo”, aunque feliz porque por fin puede dedicarse
exclusivamente a escribir.
De 1968 a 1974 vive en
Barcelona: quiere alejarse –aunque inútilmente- de la persecución cada vez más
agobiante de la fama y palpar el ritmo de la vida cotidiana en una dictadura
(aquí se viven los últimos años del franquismo), pues se ha decidido por fin a
convertir en novela esa imagen que le persigue desde hace diecisiete años: un
déspota viejísimo se queda sólo en un palacio lleno de vacas.
En 1975 aparece por fin El otoño del patriarca, que, escrita según la técnica del monólogo múltiple
(voces diferentes que cuentan, desde perspectivas diferentes, la misma historia)
es para García Márquez “mi
libro más experimental y el que más me interesa como aventura poética. También
el que me ha hecho más feliz” .
Entre Cien años de
soledad (1967) y El otoño del patriarca (1975) escribe algunos cuentos y un guión de cine, a partir de un episodio desgajado
de Cien años de soledad, que finalmente se convierte en una novela breve: La increíble y triste historia de la cándida Eréndida
y de su abuela desalmada (1972).
Desde 1974, García Márquez alterna
su residencia entre México, Cartagena de Indias, La Habana y París. Desde
esos años, tan difíciles para América Latina, García Márquez es consciente de
su resposabilidad como intelectual de prestigio: estrecha lazos de amistad con
mandatarios de tendencia progresista (Fidel Castro, Torrijos, Carlos Andrés
Pérez , los sandinistas,
últimamente, Hugo Chávez...), se convierte en embajador extraoficial del continente, lucha activamente en
defensa de los derechos humanos...
En 1981 escribe Crónica de una muerte anunciada, novelando unos hechos reales acaecidos en Sucre
durante su juventud y asumiendo por primera vez el papel de narrador. Al
escribirCrónica de una muerte anunciada, García Márquez contraria a su madre que le había
pedido que no escribiera una historia en la que intervenían tantos
parientes, al menos mientras
la madre del hombre que inspiró a Santiago Nasar siguiera viva.
Ese mismo año, en pleno
lanzamiento de Crónica de una
muerte anunciada, el gobierno
conservador lo acusa de financiar al grupo guerrillero M-19. García Márquez se
ve obligado a pedir asilo político en la embajada mexicana y abandona Bogotá en
medio de un gran escándalo. Meses después, ya en 1982, le conceden el Premio
Nobel de literatura.
En la ceremonia del Nobel, viste
con una guayabera caribeña blanca y lleva en la mano un rosa amarilla, símbolo
de Colombia y su amuleto personal (Mercedes coloca cada día una en su mesa de
trabajo). Elige como tema musical el Intermezzo interrotto de Bela Bartok. Su discurso de agradecimiento es un
canto de amor a América Latina. Entre otras cosas dijo:
“Me atrevo a pensar que es esta realidad
descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la
atención de la Academia Sueca de la Letras. Todas las criaturas de aquella
realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación porque
el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos
convencionales para hacer creíbles nuestra vida. Éste es el nudo de nuestra
soledad”.
Con parte de los 157 mil dolares que
gana con el Nobel, decide “fundar
un diario en Colombia con periodistas menores de treinta años, para que
adquieran el oficio como se debe. Un diario destinado a exaltar los valores
fundamentales del hombre, sin banderías”. En homenaje a un cuento de Borges decide llamar al
periódico El otro, aludiendo con ello a su “otra” vocación y
personalidad.
Involucra en el proyecto a dos
de sus grandes amigos: a Rodolfo Terragno, fundador de El diario de Caracas y el novelista argentino Tomás Eloy
Martínez. El proyecto, sin embargo, morirá antes de nacer, como dice García
Márquez, “asfixiado por la
literatura”. Una noche inquieta (a
García Márquez le preocupa encontrar el tono adecuado para El otro: ¿un realismo mágico sembrado de adjetivos restallantes? ¿la precisión de
cirujano de sus crónicas políticas?) sueña con“una novela en la que un viejo
de 80 vive una historia de frenesí sexual con una vieja de 70”. El demonio de la literatura le ha entrado otra vez en
el cuerpo y sabe que ya no puede escapar de él.
Cuando todo está preparado para
la aparición de El otro, les dice a sus amigos: “Instálense en Bogotá y
empiecen a trabajar. Yo tengo que encerrarme a escribir la novela sobre los
viejos”.Sus amigos, obviamente, se niegan (¿cómo El
otro de García Márquez se va a
escribir sin García Márquez?) y el García Márquez novelista se instala en la mágica Cartagena de Indias,
donde, en“un periodo de felicidad casi completa” escribe la historia de Florentino Ariza y Fermina
Daza, en la que recrea el difícil noviazgo de sus padres: El amor en los tiempos de cólera (1985).
En 1986 cumple una vieja deuda
con la tercera de sus pasiones: promueve la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y funda -con la ayuda del director argentino Fernando
Birri, al que conocía desde sus años en Italia- la Escuela de cine de San Antonio de los Baños, en Cuba. Allí cada año, García Márquez dirige un
taller de guión, donde diez jóvenes inventan conjuntamente una historia. A los
mejores alumnos se los lleva a México para trabajar en otro taller de guiones,
éste profesional: realizan guiones para la televisión y, con parte de los
beneficios, consiguen fondos para financiar la Fundación y la Escuela.
En Cómo se cuenta un cuento (1995) relata una de las experiencias del taller de
guión: inventar una historia que pueda ser contada en formato de media hora. El
guión “Me alquilo para soñar” -que primero fue uno de los doce Cuentos peregrinos (1992)- es uno de los frutos de ese taller de guión,
que fruto del trabajo conjunto de García Máqrquez, el cineasta brasileño Doc
Comparato y diez jóvenes enamorados del cine y de la literatura.
En
1989 escribe El general en su
laberinto, una nueva novela
histórica donde cuenta el camino hacia la muerte de Simón Bolívar a los 47
años, por el río Magdalena de
su infancia. El origen de esta novela es una frase de su manual escolar de
historia, que guardaba en su memoria: “Al cabo de un largo y penoso viaje por el río Magdalena, murió en Santa
Marta abandonado por sus amigos”.
Aunque ya no lo necesita
económicamente, García Márquez se ha impuesto la disciplina, “para mantener el brazo caliente”, de escribir,
entre novela y novela, un artículo semanal que publica en diferentes
periódicos. Una selección de estos artículos que, hablan de sus impresiones y
recuerdos de las diferentes ciudades europeas en las que vivió, las recoge en Notas de prensa(1991), obra que se convierte así en una especie de memorias noveladas
de sus años en Europa. Antes de editarlo en forma de libro vuelve a las
ciudades emblemáticas de su juventud (Ginebra, Roma, París, Barcelona...) y
escribe: “Ninguna tenía ya nada
que ver con mis recuerdos. Todas estaban enrarecidas por una inversión
asombrosa: los recuerdos reales parecían fantasmas de la memoria, mientras que
los recuerdos falsos eran tan convincentes que habían suplantado a la realidad
(...) En esos ocho meses febriles no necesité preguntarme dónde terminaba la
vida y dónde empezaba la imaginación, porque me ayudaba la sospecha de que
quizás no fuera cierto nada de lo vivido veinte años antes en Europa”. Tras ese viaje hacia su propia memoria, vuelve a
reescribir todos los artículos.
En 1992 escribe Doce cuentos
peregrinos. Según el propio
autor se trata de : “una
colección de cuentos cortos, basados en hechos periodísticos, pero redimidos de
su condición mortal por las astucias de la poesía”. Muchos de ellos, antes de ser finalmente cuentos,
fueron historias escritas con otros fines: cinco fueron notas periodísticas;
otros cinco, guiones de cine y uno, un serial de televisión.
En 1994 publica su última
novela, Del amor y otros
demonios , una novela
ambientada en la Cartagena de Indias del siglo XVIII, que cuenta los
amores imposibles entre un cura de treinta años y una marquesita criolla de
doce, a la que debía exorcizar.
Aunque desde hace años lucha
incansablemente contra un cáncer, García Márquez continúa lleno de proyectos y
sigue demostrando una admirable energía. Consciente de que “nunca ni un solo minuto he dejado
de ser periodista”, convence a
su amigoel novelista argentino Tomás Eloy Martínez para que funden juntos un
taller de periodismo, la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Se trata de una escuela sin muros, donde –a través de
seminarios, conferencias y cursos-se convoca a estudiantes de periodismo de
todo el mundo para profundizar sobre temas que las escuelas de periodismo y las
redacciones de periódicos suelen omitir. La Fundación es su personal homenaje
al que sigue considerando “el
mejor oficio del mundo”.
En 1996 publica Noticia de un secuestro, un reportaje novelado de un secuestro colectivo, de
diez personas (ocho de ellas periodistas), a manos de la banda de narcotraficantes
de Pablo Escobar. García Márquez, que trabajó duramente en este libro
tres años, definió “esta tarea otoñal como la más difícil y triste de mi
vida” y como “una experiencia humana desgarradora e
inolvidable”. A finales
de 1995, cuando acaba de concluir Noticia
de un secuestro y el país vive
pendiente de otro secuestro –el de Juan Carlos Gaviria, hermano del ex
presidente- lee un insólito comunicado en la prensa: los secuestradores ofrecen
la liberación de Juan Carlos Gaviria si García Márquez asume la presidencia del
gobierno en lugar del actual mandatario, Ernesto Samper. La respuesta de García
Márquez es contundente: “Nadie
puede esperar que asuma la irresponsabilidad de ser el peor presidente de la
República (...) Liberen a Gaviria, quiténse las máscaras y salgan a promover
sus ideas de renovación al amparo del orden constitucional.”
Actualmente se dice que trabaja en
sus memorias (que posiblemente se llamarán Vivir para contarlo) y en tres novelas. Una de ellas cuenta la historia de un hombre que
morirá al escribir la última frase. García Márquez tiene la extraña sensación
de que puede ocurrirle lo mismo que a su personaje. Tal vez por ello, la novela avanza lentamente...
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